A PABLO
NERUDA
Hermano fuiste del hombre cotidiano,
incesante donabas una luz y tu dulzura añeja
nutrida de soledad y roble y de araucana altura.
Descendió y ascendió
innumerables veces a tu pueblo
tu santidad de hombre y de poeta
entre la buena gente tu canto se crecía
y el estafado, aquél que ha sido designado
esclavo antes de haber nacido,
y el hombre desdentado que hace el pan
y el vino que otros comen y beben,
la mujer pequeñita que se afana en el surco
y ella misma es de tierra, ya seca
de tanto que ha llorado su destino.
A todos ellos, y al héroe aquél
que bajó cada madrugada al socavón
y volvió cada noche a la pequeña luz
de su familia vencido por el cobre,
por la piedra, por la injusticia
de metal y de roca llegó tu poesía,
allí tus lumbres se encendieron,
te nacieron hijas en bandada,
y volando se hicieron tu bandera,
un bálsamo, abierto corazón
que abría corazones
con la palabra viva.
Niño pequeño de Parral, al sur de
Chile,
alma gigante en el planeta Tierra,
al sur del Universo:
hoy necesité sentarme ante tu mesa,
compartir tu pan de mano llena, el amor
terrible de Isla Negra, el dios Océano
golpeando, golpeando retumbante
pidiéndote la ofrenda, tu pez de poesía,
aprender tu verbo fragante, numeroso,
tomarlo directamente de tu boca,
celebrar la altura de tu amor extendido
el lento, perfecto amanecer que fue toda tu vida.
Así confirmo hoy que tu milagro
es cierto,
que permanece y vive, y creo que es eterno.
Y digo: del pálido papel y de la verde tinta
incontenible el verbo en arco iris brota,
de la pujante sustancia de la vida
te hiciste heraldo, amigo, poeta, camarada.
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